Cuando pensamos en la lucha libre mexicana, lo primero que viene a nuestra mente es un desfile de máscaras alusivas a fieras salvajes y seres místicos. Esto se justifica porque precisamente, la máscara es el símbolo de la lucha libre, nuestro verdadero deporte nacional.
Curiosamente, el primer luchador en utilizar una máscara durante un combate fue un norteamericano conocido como Ciclón McKey. Seis años más tarde, en 1939, el rudo Murciélago Velásquez sería el primer mexicano en cubrir sus rostro dándolo un velo fúnebre a su personaje.
En México, los combates donde se apuestan las máscaras son comunes y perder es cosa seria, pues no sólo se revela el rostro y el nombre del luchador, sino que éste no puede volver a utilizarla en combate por tres años, según el reglamento impuesto por la Comisión de Box y Lucha Libre.
Los luchadores no sólo crean personajes: crean emporios y, como tales, pueden ser heredados de padres a hijos. Dr. Wagner le dejó su nombre y máscara a su hijo, Dr. Wagner Jr. y éste, a su vez, le cedió la fama a su vástago, El Hijo del Dr. Wagner Jr. Quizá se agreguen apelativos, pero todos son identificados con el nombre Wagner.
Los técnicos son lo más cercano que tenemos a los superhéroes y los rudos son lo más parecido a los supervillanos. Sin sus máscaras sólo serían peleadores como los de box que, aunque son respetables, no son tan enigmáticos.
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